Déjenme que les diga una cosa. En confianza. Lo que más calienta el corazón de quien, como yo, hago fotografías dándole a la cámara y al ordenador, es que alguien observe las fotografías, imaginarias ó no, lo haga convencido de su existencia real y, en otros casos, al menos, le haga dudar y pensar. De esta forma, el fotógrafo, con mayor o menor fortuna, logró salvar la barrera entre lo verosímil y lo inverosímil ó mezcló ambas logrando una imagen -virtu(re)al-. Ésa, en mi opinión, es una de las grandes satisfacciones morales que puede obtener un autor de su trabajo. Comprobar que consiguió mezclar realidad y ficción, y hacerlo creíble, ó al menos, hacer pensar al observador.
Hoy en la nueva era electrónica de la información, existen aplicaciones que permiten trabajar la imagen con la misma flexibilidad con la que el escultor modela el barro.
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